MARCOS R. CARRILLO P. | EL UNIVERSAL
viernes 18 de marzo de 2011 12:38 PM
Una vez que Gadaffi comenzó con el genocidio en Libia, hubo una condena casi unánime de la comunidad internacional. Sólo tres Estados se negaron a reconocer lo que estaba sucediendo: Cuba, Nicaragua y Venezuela. En el caso de nuestro país la situación fue patética: se esperó línea desde La Habana y se manejó el tema sin profesionalismo alguno. El Presidente, ignorante de cualquier concepto de institución, fundamentó su posición en la naturaleza de la relación personal entre él y el dictador libio: "Gadaffi es mi amigo y no puedo traicionarlo", olvidando que la lealtad de un político virtuoso, en última instancia, es con la humanidad.
Una vez que había tomado posición a favor del genocidio, y luego de varias llamadas a su pana, hizo otra propuesta: una mediación para la paz. La mejor de las coartadas. ¿Quién puede negarse a promover la paz? ¿Qué demócrata puede renegar del diálogo? ¿Quién puede preferir las balas a la palabra? Sin embargo, el asunto es mucho más complejo que el sofisma que intenta promover el regalador de espadas.
No necesariamente se negocia (la mediación es una forma de negociación) para llegar a acuerdos. Se puede utilizar este proceso como estrategia para lograr otros fines, por ejemplo, mejorar imagen internacional, ganar tiempo en circunstancias complejas, mantenerse en el poder o, inclusive, permitir que se siga con el genocidio mientras calientan las poltronas de cuero hablando de la paz mundial.
Si bien el diálogo es la base de toda democracia, no es la única herramienta que debe utilizarse, y en determinadas circunstancias simplemente no se debe negociar. Mientras prosiga el genocidio, el diálogo puro y simple es un acto de complicidad. La comunidad internacional debe fortalecer su posición ante Libia y hacer lo posible para que la oposición gane fuerza. Si se permite que Gadaffi se quede en el poder no sólo se transmitirá un mensaje absolutamente errado sino que el genocidio se profundizará, la justicia se utilizará como herramienta de venganza y aniquilación, y países como Francia, España o Alemania, serán seguros blancos de terrorismo.
En estas circunstancias, la mediación propuesta por Chávez realmente no busca la paz sino el mantenimiento en el poder de un pervertido injustificable. Y quienes actúan de esta forma, más que amigos, son cómplices del genocida.
Una vez que había tomado posición a favor del genocidio, y luego de varias llamadas a su pana, hizo otra propuesta: una mediación para la paz. La mejor de las coartadas. ¿Quién puede negarse a promover la paz? ¿Qué demócrata puede renegar del diálogo? ¿Quién puede preferir las balas a la palabra? Sin embargo, el asunto es mucho más complejo que el sofisma que intenta promover el regalador de espadas.
No necesariamente se negocia (la mediación es una forma de negociación) para llegar a acuerdos. Se puede utilizar este proceso como estrategia para lograr otros fines, por ejemplo, mejorar imagen internacional, ganar tiempo en circunstancias complejas, mantenerse en el poder o, inclusive, permitir que se siga con el genocidio mientras calientan las poltronas de cuero hablando de la paz mundial.
Si bien el diálogo es la base de toda democracia, no es la única herramienta que debe utilizarse, y en determinadas circunstancias simplemente no se debe negociar. Mientras prosiga el genocidio, el diálogo puro y simple es un acto de complicidad. La comunidad internacional debe fortalecer su posición ante Libia y hacer lo posible para que la oposición gane fuerza. Si se permite que Gadaffi se quede en el poder no sólo se transmitirá un mensaje absolutamente errado sino que el genocidio se profundizará, la justicia se utilizará como herramienta de venganza y aniquilación, y países como Francia, España o Alemania, serán seguros blancos de terrorismo.
En estas circunstancias, la mediación propuesta por Chávez realmente no busca la paz sino el mantenimiento en el poder de un pervertido injustificable. Y quienes actúan de esta forma, más que amigos, son cómplices del genocida.
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