Vincularse con quien comete genocidio contra su pueblo no es complicidad sino un crimen
ROBERTO GIUSTI | EL UNIVERSAL
martes 22 de marzo de 2011 12:00 AM
Basta con ponerse en el lugar de los habitantes de Bengasi o de Misrata, asesinados a mansalva, tiroteados a sangre fría por franco tiradores mercenarios o bombardeados por aviones del gobierno, para, si no agradecer, como lo habrán hecho los sobrevivientes de la matanza de las últimas semanas, al menos comprender las razones de la intervención de las fuerzas aliadas en Libia, cuyo mayor pecado es su lentitud en tomar la decisión.
Cuando lo que está en juego es la vida de cientos de miles de personas, la mayoría de las cuales son población civil inerme, cualquier intento por ponerle freno a la furia homicida de un dictador enloquecido por la pérdida de su poder deja de ser un atentado contra la soberanía (¿será acaso aquella de los muertos que dicen defender?), para convertirse en un acto de justicia y de humanidad.
Que muchos de los países de la coalición actúan en defensa de sus intereses, tuvieron tratos con Gadafi y algunos lo cortejaban para sacar su tajada de petrodólares a cambio de legitimidad, es una realidad censurable e imperdonable, pero mantener en las actuales circunstancias cualquier tipo de vínculo con quien nunca dejó de ser un militar golpista, un reyezuelo beduino que financiaba a cualquier grupo terrorista y ahora comete genocidio contra su pueblo, constituye un crimen que va más allá de la simple complicidad.
La excusa
Hace tiempo ya la soberanía dejó de ser la excusa perfecta para convertir los países en coto cerrado donde los tiranos hacen los que les venga en gana, máxime si lo que ha provocado el trastorno libio forma parte de todo un inmenso movimiento que, pese a lo que se diga, responde a un masivo despertar del instinto democrático en el mundo árabe, al cual algunos analistas, de distinto signo, siguen considerando como inmune a los reclamos de la libertad.
Una patochada
Que lo que está haciendo en Libia la coalición se ha dejado de hacer en otros países donde el genocidio ha sido aún más aterrador, no es argumento para negar su efecto saludable, aun cuando sería necesario analizar las circunstancias de cada situación en particular. Que pueda ocurrir allí un nuevo Irak es motivo para otra discusión pero, en todo caso, Obama no es Bush. Que aquí se diga que lo que buscan los aliados es el petróleo ("no te equivoques, Obama") no resulta sino una patochada sin consecuencias, producto del temor (por proyección) y del amor que se siente, no por el pueblo libio (¿no dijo acaso que ama a China?) sino por quien lo mata.
Cuando lo que está en juego es la vida de cientos de miles de personas, la mayoría de las cuales son población civil inerme, cualquier intento por ponerle freno a la furia homicida de un dictador enloquecido por la pérdida de su poder deja de ser un atentado contra la soberanía (¿será acaso aquella de los muertos que dicen defender?), para convertirse en un acto de justicia y de humanidad.
Que muchos de los países de la coalición actúan en defensa de sus intereses, tuvieron tratos con Gadafi y algunos lo cortejaban para sacar su tajada de petrodólares a cambio de legitimidad, es una realidad censurable e imperdonable, pero mantener en las actuales circunstancias cualquier tipo de vínculo con quien nunca dejó de ser un militar golpista, un reyezuelo beduino que financiaba a cualquier grupo terrorista y ahora comete genocidio contra su pueblo, constituye un crimen que va más allá de la simple complicidad.
La excusa
Hace tiempo ya la soberanía dejó de ser la excusa perfecta para convertir los países en coto cerrado donde los tiranos hacen los que les venga en gana, máxime si lo que ha provocado el trastorno libio forma parte de todo un inmenso movimiento que, pese a lo que se diga, responde a un masivo despertar del instinto democrático en el mundo árabe, al cual algunos analistas, de distinto signo, siguen considerando como inmune a los reclamos de la libertad.
Una patochada
Que lo que está haciendo en Libia la coalición se ha dejado de hacer en otros países donde el genocidio ha sido aún más aterrador, no es argumento para negar su efecto saludable, aun cuando sería necesario analizar las circunstancias de cada situación en particular. Que pueda ocurrir allí un nuevo Irak es motivo para otra discusión pero, en todo caso, Obama no es Bush. Que aquí se diga que lo que buscan los aliados es el petróleo ("no te equivoques, Obama") no resulta sino una patochada sin consecuencias, producto del temor (por proyección) y del amor que se siente, no por el pueblo libio (¿no dijo acaso que ama a China?) sino por quien lo mata.
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