OSWALDO PAÉZ-PUMAR | EL UNIVERSAL
martes 15 de marzo de 2011 01:37 PM
Venezuela viene siendo señalada desde hace ya varios años como el lugar donde se origina el mayor despacho de drogas con destino a Europa y EEUU. El Gobierno se limita a negarlo, a descalificar la acusación y, de vez en cuando, anuncia la captura de un despacho que cacarea como gallina cuando pone un huevo.
El comercio de la droga, ilícito como es, ofrece extraordinarias ganancias y va acompañado de otro ilícito, el asesinato, que perpetran los sicarios cuando se violan los acuerdos pues éstos no son exigibles judicialmente. La política se ha tocado con ese comercio ilícito desde tiempo tan atrás como "la guerra del opio".
En cambio la simbiosis de la política con el narcotráfico es relativamente reciente, surge con la amenaza de Castro al "imperio". Toda una estrategia militar: "si no te puedo derrotar por las armas, ni tampoco exportando mi ideología del mar de la felicidad, voy a apoderarme de tu juventud con la droga".
La unión ideológica de las FARC con el castrismo se vio reforzada por las zonas de alivio, que sirvieron para los cultivos y laboratorios y con una red de distribución dirigida desde La Habana, por el general Ochoa, precisamente cuando el déficit de recursos que originó la caída del Muro de Berlín y la desintegración de la URSS ahogaba la vida de la isla.
Esa unión no cesó cuando el petróleo venezolano llegó a subsidiar el régimen porque el negocio había probado ser rentable, se acabaron las zonas de alivio en Colombia y las FARC encontraron en el vecindario el complemento necesario para ese negocio tripartito.
La justificación del negocio es ideológica porque tanto el imperio propiamente dicho, como Uribe y hoy el "mejor nuevo amigo" son el imperio y también lo somos nosotros, los opositores, a quienes el régimen llama "pitiyankees".
Pero como el negocio de las drogas no es ideológico. Los traficantes están presentes y adquieren poder y lo que comenzó como guerra ideológica termina siendo económica. Es insólito que los marxistas no lo capten cuando para ellos la económica es la estructura real.
El general Ochoa pagó con su vida la alianza con los narcotraficantes, después de pedir perdón por haberlo hecho a espaldas de Fidel, aunque allá nada se hace sin su aprobación y aquí tampoco y la alianza continuó a pesar del cacareo.
El comercio de la droga, ilícito como es, ofrece extraordinarias ganancias y va acompañado de otro ilícito, el asesinato, que perpetran los sicarios cuando se violan los acuerdos pues éstos no son exigibles judicialmente. La política se ha tocado con ese comercio ilícito desde tiempo tan atrás como "la guerra del opio".
En cambio la simbiosis de la política con el narcotráfico es relativamente reciente, surge con la amenaza de Castro al "imperio". Toda una estrategia militar: "si no te puedo derrotar por las armas, ni tampoco exportando mi ideología del mar de la felicidad, voy a apoderarme de tu juventud con la droga".
La unión ideológica de las FARC con el castrismo se vio reforzada por las zonas de alivio, que sirvieron para los cultivos y laboratorios y con una red de distribución dirigida desde La Habana, por el general Ochoa, precisamente cuando el déficit de recursos que originó la caída del Muro de Berlín y la desintegración de la URSS ahogaba la vida de la isla.
Esa unión no cesó cuando el petróleo venezolano llegó a subsidiar el régimen porque el negocio había probado ser rentable, se acabaron las zonas de alivio en Colombia y las FARC encontraron en el vecindario el complemento necesario para ese negocio tripartito.
La justificación del negocio es ideológica porque tanto el imperio propiamente dicho, como Uribe y hoy el "mejor nuevo amigo" son el imperio y también lo somos nosotros, los opositores, a quienes el régimen llama "pitiyankees".
Pero como el negocio de las drogas no es ideológico. Los traficantes están presentes y adquieren poder y lo que comenzó como guerra ideológica termina siendo económica. Es insólito que los marxistas no lo capten cuando para ellos la económica es la estructura real.
El general Ochoa pagó con su vida la alianza con los narcotraficantes, después de pedir perdón por haberlo hecho a espaldas de Fidel, aunque allá nada se hace sin su aprobación y aquí tampoco y la alianza continuó a pesar del cacareo.
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