Mi sentimiento no es contra quien se va, sólo porque yo decidí quedarme...
LUIS VICENTE LEÓN | EL UNIVERSAL
domingo 20 de marzo de 2011 12:00 AM
La semana pasada conversamos sobre el drama de la emigración venezolana. Agradezco sus correos y Tweets compartiendo su visión sobre el problema y sus justificaciones, racionales y emocionales, para 1) emigrar: "no es posible ni responsable vivir aquí mientras te matan en la calle, no hay vivienda y te quitan lo tuyo" o 2) quedarse: "hay que luchar por el país, es difícil adaptarse fuera, hay hostilidad con los inmigrantes o simplemente un "verbatim" que me cautivó: "ya yo estoy demasiado viejo pa' esa gracia".
Pero lo que más me estremeció fueron los mensajes de quienes respondieron atacando a los venezolanos que decidieron emigrar. Unos, de filiación chavista, usaron calificativos de traidores, imperialistas y apátridas. Otros, evidentemente opositores, prefirieron llamarlos facilistas, cómodos y cobardes.
Comienzo por rechazar los calificativos contra quienes decidieron migrar. Esa es una decisión personal dura, que no se toma porque te da nota, como si te estuvieras yendo de viaje de Semana Santa a Sevilla. Cambiar tu vida, dejar a los tuyos, asumir riesgos e incertidumbres, perder parte de tu historia, sentirte como la guayabera... por fuera, no es algo que harías si algo no te expulsa de tu zona de confort. No todos somos iguales y nuestro nivel de resistencia a la inseguridad, al discurso político primitivo, a la hostilidad contra casi cualquier cosa que no sea un mamarracho, varía dramáticamente.
A los atacantes rojos: el culpable de un proceso migratorio agresivo no es quien migra sino quien genera, voluntaria o involuntariamente, las condiciones negativas que hacen que parte de su pueblo decida salir. Un gobierno incapaz de garantizar la seguridad de sus habitantes, ni su estabilidad económica, ni la paz y la armonía, ni vivienda ni abastecimiento estable ni instituciones dónde recurrir insesgadamente para dirimir conflictos, ni infraestructura básica ni educación de calidad ni libertad para emprender proyectos o para defender aquello que has hecho y construido con tu propio esfuerzo, es el responsable abierto, evidente, contundente de la castración de su país por vía de la salida de sus generaciones de relevo y sus inversiones locales.
A los atacantes azules: ¿ustedes creen realmente que "estar" significa algo... si no terminas haciendo nada "estando"? ¿De qué será que se están perdiendo los que se fueron, en términos de lo que usted está haciendo por rescatar los derechos ciudadanos, más allá de los estudiantes? ¿Saben lo que siente un padre cuando lo llama el maldito malandro que tiene a su hija secuestrada esta noche? ¿Tienen idea del sentimiento de los hebreos venezolanos cuando sus símbolos son violados, mientras el Presidente corteja a un sátrapa que dice que hay que exterminar al pueblo judío? ¿Será que un comerciante árabe venezolano que ve amenazadas sus propiedades y empresas (junto a las de todos nosotros) no debe sentir el deseo de protegerse? ¿Quieren preguntarle a una madre, a la que le asesinaron su hijo anoche, que quiere que hagan sus otros hijos ya? ¿Será que tú mismo o tu pareja nunca se han preguntado qué hacen aquí?
Nadie tiene derecho a cuestionar la decisión de marcharse... como tampoco pueden hacerlo con quienes decidimos quedarnos, pese a las adversidades, para resistir y actuar en la defensa de lo propio o simplemente para terminar la vida donde nos dé la gana.
Mi sentimiento no es contra quien se va, sólo porque yo decidí quedarme (y ni siquiera sé si los morochos me lo van a perdonar). Mi llamado es a quienes nos quedamos para hacer algo que nos permita darles a ellos el deseo y la racionalidad de vivir donde les corresponde vivir: en su país. Ese es el reto.
Pero lo que más me estremeció fueron los mensajes de quienes respondieron atacando a los venezolanos que decidieron emigrar. Unos, de filiación chavista, usaron calificativos de traidores, imperialistas y apátridas. Otros, evidentemente opositores, prefirieron llamarlos facilistas, cómodos y cobardes.
Comienzo por rechazar los calificativos contra quienes decidieron migrar. Esa es una decisión personal dura, que no se toma porque te da nota, como si te estuvieras yendo de viaje de Semana Santa a Sevilla. Cambiar tu vida, dejar a los tuyos, asumir riesgos e incertidumbres, perder parte de tu historia, sentirte como la guayabera... por fuera, no es algo que harías si algo no te expulsa de tu zona de confort. No todos somos iguales y nuestro nivel de resistencia a la inseguridad, al discurso político primitivo, a la hostilidad contra casi cualquier cosa que no sea un mamarracho, varía dramáticamente.
A los atacantes rojos: el culpable de un proceso migratorio agresivo no es quien migra sino quien genera, voluntaria o involuntariamente, las condiciones negativas que hacen que parte de su pueblo decida salir. Un gobierno incapaz de garantizar la seguridad de sus habitantes, ni su estabilidad económica, ni la paz y la armonía, ni vivienda ni abastecimiento estable ni instituciones dónde recurrir insesgadamente para dirimir conflictos, ni infraestructura básica ni educación de calidad ni libertad para emprender proyectos o para defender aquello que has hecho y construido con tu propio esfuerzo, es el responsable abierto, evidente, contundente de la castración de su país por vía de la salida de sus generaciones de relevo y sus inversiones locales.
A los atacantes azules: ¿ustedes creen realmente que "estar" significa algo... si no terminas haciendo nada "estando"? ¿De qué será que se están perdiendo los que se fueron, en términos de lo que usted está haciendo por rescatar los derechos ciudadanos, más allá de los estudiantes? ¿Saben lo que siente un padre cuando lo llama el maldito malandro que tiene a su hija secuestrada esta noche? ¿Tienen idea del sentimiento de los hebreos venezolanos cuando sus símbolos son violados, mientras el Presidente corteja a un sátrapa que dice que hay que exterminar al pueblo judío? ¿Será que un comerciante árabe venezolano que ve amenazadas sus propiedades y empresas (junto a las de todos nosotros) no debe sentir el deseo de protegerse? ¿Quieren preguntarle a una madre, a la que le asesinaron su hijo anoche, que quiere que hagan sus otros hijos ya? ¿Será que tú mismo o tu pareja nunca se han preguntado qué hacen aquí?
Nadie tiene derecho a cuestionar la decisión de marcharse... como tampoco pueden hacerlo con quienes decidimos quedarnos, pese a las adversidades, para resistir y actuar en la defensa de lo propio o simplemente para terminar la vida donde nos dé la gana.
Mi sentimiento no es contra quien se va, sólo porque yo decidí quedarme (y ni siquiera sé si los morochos me lo van a perdonar). Mi llamado es a quienes nos quedamos para hacer algo que nos permita darles a ellos el deseo y la racionalidad de vivir donde les corresponde vivir: en su país. Ese es el reto.
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