Tarde o temprano vence la libertad, la justicia, la dignidad... No es el momento de claudicar
EDUARDO MASSIEU-PAREDES | EL UNIVERSAL
lunes 14 de marzo de 2011 12:00 AM
La selección de nueve nuevos magistrados y treinta y dos suplentes para el Tribunal Supremo de Justicia (TSJ) representa, junto con la pasada elección parlamentaria del 26-S, el evento político más importante del año 2010. No hubo mayores sorpresas en esa selección: militantes del partido oficialista y diputados de la anterior Asamblea Nacional, también miembros activos del PSUV, aprovecharon la oportunidad de mudarse al TSJ. En un país con un Estado de Derecho sólido, esa práctica resulta impensable o habría conformado un material muy interesante para la crítica de los medios de comunicación; pero en la Venezuela del socialismo del siglo XXI constituye un claro atentado al futuro de nuestras libertades ciudadanas.
La evidente ausencia de independencia e imparcialidad de los actuales magistrados pasa a ser un factor tan importante como las futuras elecciones presidenciales. Este elemento no puede descuidarse dentro de las movidas en el ajedrez político. La más importante y efectiva garantía del valor y la vigencia de una Constitución es un Tribunal Supremo independiente de los demás poderes.
La historia nos ha demostrado que no hay nada más perverso en una sociedad que una alianza entre el poder de un país y sus tribunales, por cuanto la justicia es el último mecanismo de defensa de las personas y, en particular, de los más débiles. En la Venezuela del socialismo del siglo XXI está bastante claro que el poder económico, político y social, se encuentra en manos de quienes han tomado al Estado como rehén y lo utilizan como herramienta opresora de la oposición y de aquellos sectores que muestren algún tipo de desacuerdo con el Gobierno. Es como si un umpire cambiase las reglas de juego del beisbol y decidiese ponchar a los jugadores solo con dos strikes.
Ya Alexander Hamilton, en El Federalista, advertía que la libertad no tiene que temer al Poder Judicial por sí solo, sin embargo, sí tiene que temer de la unión y subordinación del Poder Judicial a algún otro poder. Eso es precisamente lo que vive Venezuela en tiempos de revolución chavista. Esta acusación es permanentemente validada a través de las continuas sentencias del TSJ en las cuales se desestima y ridiculiza como un concepto del "Estado Liberal Burgués" la importancia de la autonomía y la separación de poderes. Esta independencia es la única garantía de la existencia de democracia y vigencia del Estado de Derecho.
Aclaramos que no se trata de una mera separación formal y aparente de los poderes clásicos. Ya en tiempos de nuestra imperfecta democracia anterior a 1999, encontrábamos la perversa actitud de jueces "encompinchados" con el poder político y económico. Este aspecto hay que considerarlo en el futuro para la selección del Tribunal Supremo. No es viable en el largo plazo un proyecto democrático, ni posible superar las actuales fallas, sin la existencia de un TSJ independiente, defensor a ultranza de todos los derechos ciudadanos frente al poder del Estado.
En esta materia los demócratas debemos ser inflexibles: como en todas las repúblicas, el poder debe estar distribuido y equilibrado. El sistema político actual está cada vez más concentrado en menos manos. Esto es una consecuencia histórica de la aplicación del socialismo como sistema político y económico. Ante este hecho el último freno debería estar en manos de los magistrados de justicia.
El objetivo de las diferentes expresiones del colectivismo (socialismo, nacionalsocialismo, comunismo, fascismo, islamismo radical) es claro: por un lado, dejar al buró político y económico del Estado y el Gobierno con el dominio total de la economía; por el otro, controlar en exceso al individuo, asfixiarlo, eliminar cualquier posibilidad de soñar y prosperar por cuenta propia.
El TSJ escogido a fines del año pasado abre las puertas al debate histórico, que se remonta a los tiempos del gomecismo, sobre el tema de la libertad. Es una batalla entre la Venezuela de la barbarie contra la Venezuela de la ilustración. La Venezuela del gendarme necesario contra la Venezuela del reino de las leyes. La Venezuela de súbditos contra la Venezuela de ciudadanos. Si bien la realidad pudiera hacernos creer que está triunfando el buen salvaje que llevamos por dentro, como diría Carlos Rangel, la historia de la humanidad nos indica que tarde o temprano vence la libertad, la justicia, la dignidad y la virtud. No es el momento de claudicar.
La evidente ausencia de independencia e imparcialidad de los actuales magistrados pasa a ser un factor tan importante como las futuras elecciones presidenciales. Este elemento no puede descuidarse dentro de las movidas en el ajedrez político. La más importante y efectiva garantía del valor y la vigencia de una Constitución es un Tribunal Supremo independiente de los demás poderes.
La historia nos ha demostrado que no hay nada más perverso en una sociedad que una alianza entre el poder de un país y sus tribunales, por cuanto la justicia es el último mecanismo de defensa de las personas y, en particular, de los más débiles. En la Venezuela del socialismo del siglo XXI está bastante claro que el poder económico, político y social, se encuentra en manos de quienes han tomado al Estado como rehén y lo utilizan como herramienta opresora de la oposición y de aquellos sectores que muestren algún tipo de desacuerdo con el Gobierno. Es como si un umpire cambiase las reglas de juego del beisbol y decidiese ponchar a los jugadores solo con dos strikes.
Ya Alexander Hamilton, en El Federalista, advertía que la libertad no tiene que temer al Poder Judicial por sí solo, sin embargo, sí tiene que temer de la unión y subordinación del Poder Judicial a algún otro poder. Eso es precisamente lo que vive Venezuela en tiempos de revolución chavista. Esta acusación es permanentemente validada a través de las continuas sentencias del TSJ en las cuales se desestima y ridiculiza como un concepto del "Estado Liberal Burgués" la importancia de la autonomía y la separación de poderes. Esta independencia es la única garantía de la existencia de democracia y vigencia del Estado de Derecho.
Aclaramos que no se trata de una mera separación formal y aparente de los poderes clásicos. Ya en tiempos de nuestra imperfecta democracia anterior a 1999, encontrábamos la perversa actitud de jueces "encompinchados" con el poder político y económico. Este aspecto hay que considerarlo en el futuro para la selección del Tribunal Supremo. No es viable en el largo plazo un proyecto democrático, ni posible superar las actuales fallas, sin la existencia de un TSJ independiente, defensor a ultranza de todos los derechos ciudadanos frente al poder del Estado.
En esta materia los demócratas debemos ser inflexibles: como en todas las repúblicas, el poder debe estar distribuido y equilibrado. El sistema político actual está cada vez más concentrado en menos manos. Esto es una consecuencia histórica de la aplicación del socialismo como sistema político y económico. Ante este hecho el último freno debería estar en manos de los magistrados de justicia.
El objetivo de las diferentes expresiones del colectivismo (socialismo, nacionalsocialismo, comunismo, fascismo, islamismo radical) es claro: por un lado, dejar al buró político y económico del Estado y el Gobierno con el dominio total de la economía; por el otro, controlar en exceso al individuo, asfixiarlo, eliminar cualquier posibilidad de soñar y prosperar por cuenta propia.
El TSJ escogido a fines del año pasado abre las puertas al debate histórico, que se remonta a los tiempos del gomecismo, sobre el tema de la libertad. Es una batalla entre la Venezuela de la barbarie contra la Venezuela de la ilustración. La Venezuela del gendarme necesario contra la Venezuela del reino de las leyes. La Venezuela de súbditos contra la Venezuela de ciudadanos. Si bien la realidad pudiera hacernos creer que está triunfando el buen salvaje que llevamos por dentro, como diría Carlos Rangel, la historia de la humanidad nos indica que tarde o temprano vence la libertad, la justicia, la dignidad y la virtud. No es el momento de claudicar.
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