En: http://www.lapatilla.com/site/2014/10/13/semana-que-hay-detras-del-asesinato-de-robert-serra/
En un país amenazado por índices de criminalidad preocupantes, el
atroz asesinato del joven diputado Robert Serra causó una conmoción
generalizada. No se trataba de una ficha más en las estadísticas, sino
de uno de los más combativos defensores del chavismo, vinculado muy de
cerca con las altas esferas del gobierno de Nicolás Maduro. Por eso no
resultó extraño que el gobierno venezolano, sin tener resultados de una
investigación criminal, señalara a supuestos paramilitares colombianos
al servicio de su enemigo de siempre, el expresidente Álvaro Uribe, de
haber perpetrado el atroz asesinato del joven diputado chavista, Robert
Serra, en cuyo funeral algunos radicales enardecidos gritaban que había
que “matar a los colombianos”, publica Semana.
Culpar al enemigo externo ante la incapacidad para lidiar con una
crisis interna es una vieja táctica política que en Venezuela ha sido
tan utilizada, que el propio Maduro se quejó en días pasados de que los
medios de comunicación desestimaban sus denuncias sobre complots y
planes de magnicidio fraguados por la ultraderecha en alianza “con el
Imperio” o “con Uribe”. Los diputados chavistas, a su vez, demandaron a
Uribe ante el Ministerio Público por supuestamente estar detrás del
asesinato de su compañero de bancada y pidieron en sesión plena de la
Asamblea Nacional declararlo persona no grata en Venezuela.
Todo ello era esperable. Pero lo que sí sorprendió fue que otro
colombiano, el secretario de Unasur, Ernesto Samper, ayudara desde su
cuenta de Twitter a la versión oficial: “Asesinato del joven diputado
Robert Serra en Venezuela es una preocupante señal de infiltración del
paramilitarismo colombiano”. Al de Samper le siguió el trino del alcalde
Gustavo Petro de que Serra había denunciado los vínculos del venezolano
expulsado, Lorent Saleh, con Álvaro Uribe, quien respondió ante los
señalamientos calificando al gobierno venezolano de “dictadura matona”.
Nada de eso sería tan grave si no fuera porque en Venezuela viven 4
millones de colombianos que sufren las consecuencias de esas
afirmaciones. Los cónsules nacionales en al menos dos ciudades distintas
han encendido las alarmas por amenazas, incluso de muerte, contra
algunos connacionales en los últimos días.
Además de las declaraciones, hay preocupación por algunas medidas
judiciales y administrativas. El Ministerio de Relaciones Exteriores de
Bogotá calcula que este año han sido deportados más de 1.600
colombianos. Algunos de los deportados llevaban más de 20 años en
Venezuela, están casados con venezolanos, tienen propiedades, hijos y
negocios allí. El problema es que nunca arreglaron sus papeles. Se
calcula que unos 400.000 aprovecharon la oportunidad que les dio el
fallecido presidente Chávez para nacionalizarse en 2004, antes del
referendo revocatorio en su contra. Pero esa amnistía terminó en abril
de este año y las autoridades venezolanas decidieron actuar.
Según testimonios de los deportados, registrados por la Defensoría
del Pueblo que los recibió en Cúcuta, estos se sintieron engañados por
las autoridades venezolanas, pues al presentarse para poner en regla sus
asuntos, los llevaron a la fuerza hasta la frontera. Algunos de ellos
dicen que los funcionarios les rompieron los documentos y los
maltrataron. Entre los deportados había matrimonios que dejaron a sus
hijos menores de edad a cargo de vecinos y desplazados de la violencia
que habrían solicitado refugio en Venezuela, lo que viola la normativa
internacional de derechos humanos.
Además de las deportaciones, a la fecha hay 43 colombianos detenidos
por contrabando de extracción. Entre ellos, Belsy Álvarez y Yenifer
Rojas, quienes el pasado 13 de septiembre fueron a hacer un mercado de
30.000 pesos en San Cristóbal. También cumple un mes detenida en
Maracaibo la bacterióloga guajira Ana Maritza Mendoza, capturada luego
de comprar reactivos químicos para pruebas de glicemia y creatinina. Su
familia dice que fueron donados por un laboratorio venezolano naturista
con el que tenía vínculos comerciales.
Con la depreciación del bolívar y los controles de precios, los
colombianos de la frontera se acostumbraron a hacer mercado o a comprar
insumos para su trabajo del lado venezolano. La gran mayoría quizás
ignora, sin embargo, que desde noviembre pasado eso puede ser delito
según la Ley Orgánica de Precios Justos, que penaliza hasta con 14 años a
quienes quieran extraer del territorio venezolano bienes de primera
necesidad. Con la declaratoria de ‘guerra económica’ del gobierno
venezolano, que incluye el arbitrario cierre de frontera nocturno desde
hace 2 meses, las detenciones han aumentado.
También se han presentado incursiones de la Guardia Nacional
venezolana en territorio colombiano. La última de ellas fue el sábado
pasado, cuando seis uniformados ingresaron a Maicao disparando, en una
persecución en caliente de presuntos contrabandistas que utilizaron una
trocha conocida como La Cortica. Si bien en la última reunión bilateral
entre los presidentes Santos y Maduro en Cartagena se acordó conformar
comandos conjuntos para perseguir a las grandes mafias, la canciller
María Ángela Holguín declaró “inadmisible” el hecho y el embajador Luis
Eladio Pérez en Caracas presentó una nota de protesta.
Uno de los principios de las buenas relaciones diplomáticas es la
reciprocidad. “En los últimos seis años no se le ha negado una visa a un
venezolano en un consulado colombiano”, dice el embajador Pérez. De la
misma manera, Venezuela durante años ha acogido y brindado oportunidades
a miles de colombianos que han contribuido al país con su trabajo. Pero
esos mismos trabajadores hoy no pueden ni enviar las remesas que el
gobierno suspendió desde principios de año. Las reactivó recientemente
para quienes envían dinero a otros países, pero no para los colombianos.
En medio de todo, una semana después del asesinato de Serra un
episodio dramático hizo que muchos venezolanos ataran cabos y hablaran
de una situación mucho más compleja. El martes, agentes del Cuerpo de
Investigaciones Científicas Penales y Criminalísticas, Cicpc, se
enfrentaron a tiros en pleno centro de Caracas con miembros del Frente 5
de marzo, uno de los colectivos armados chavistas, muy cercano al
propio Serra. En el combate murieron cinco integrantes del frente, entre
ellos su líder, José Miguel Odreman, quien horas antes de morir dijo
ante los medios de comunicación que responsabilizaba al ministro del
Interior y Justicia, Miguel Rodríguez Torres, de lo que le sucediera.
Muchos especularon que el operativo del Cicpc contra ese frente estaría
vinculado al asesinato de Serra, quien aparece en fotografías junto a
Odreman y otros miembros de colectivos chavistas, aunque el Cicpc ha
negado la relación entre ambos casos.
La única persona en Venezuela que quizá sabe al detalle qué relación
puede haber entre el caso Saleh, Serra, Odreman y qué tanto control o
falta de control tiene el gobierno hoy sobre los colectivos armados
chavistas, es el ministro Rodríguez Torres. Además él ha denunciado, una
y otra vez, los supuestos planes, complots y magnicidios contra Maduro y
contra Chávez, y es también uno de los altos mandos que contribuye a
sembrar la idea de que parte de los problemas que hoy afronta Venezuela
tiene origen en Colombia. Durante el Congreso del Partido Socialista
Unido de Venezuela, celebrado hace dos meses, el ministro Torres le dijo
a los delegados del partido que Venezuela había permitido una invasión
lenta y silenciosa de colombianos que habían llegado a ocupar terrenos y
montar negocios, y que entre ellos había más de 15.000 paramilitares
que habían traído la violencia al país.
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