SANTIAGO QUINTERO | EL UNIVERSAL
lunes 14 de marzo de 2011 12:00 AM
La juventud venezolana, unida en torno al liderazgo del movimiento estudiantil universitario, ha venido dando una lección de claridad de objetivos, mensajes, medios y propósitos que ya hubieran querido tener los partidos políticos desde hace 40 o 50 años. Los muchachos que se plantaron frente a la OEA y sus compañeros que replicaron en el Zulia, en Bolívar, en el Táchira, en Anzoátegui, en Lara y en Carabobo, dieron la muestra de una conducción coherentemente resonante. ¿De dónde provino esta extraordinaria muestra de próceres libertadores de la Sociedad Civil? Vienen de las universidades nacionales, vienen de las universidades privadas. Vienen de la tierra de libertad que se llama autonomía en todo el país, vienen de los lugares donde el adoctrinamiento no es posible, porque en la formación de la universidad libre, la libertad de pensamiento y expresión es la única condición para crear la Patria soñada.
De allí provino su convicción acerada de mantenerse unidos. De allí provino su indeclinable vocación de servir, su sostenida conducta de dar al prójimo su propio bienestar, en una cátedra de desprendimiento que de repente hace surgir una referencia que ha sorprendido a propios y extraños. Éstos son los jóvenes de la globalización, los profesores de la tecnología, de la cotidianidad, del Facebook, del Twitter, de las redes sociales que van surgiendo por doquier y que va adquiriendo una capacidad de convocatoria presencial y virtual.
Pero detrás de cada conexión hay un gran corazón. Un corazón que es humilde y paciente. Un corazón que se organiza para confrontar la violencia, la agresión, la exclusión. En la diversidad de sus apellidos, se encuentra el corazón de una Patria de inmigrantes. Inmigrantes fueron los arawacos, caribes, españoles, africanos, canarios, italianos, portugueses, árabes, asiáticos. En su profundo mestizaje se encuentra la realidad de nuestro pueblo, un pueblo hijo de todo el mundo, que lucha por los derechos humanos y los reivindica como principios universales.
En su movimiento caben todos. Allí estaban sus madres y sus padres, sus hermanos y hermanas, sus amigos. Allí estaba una señora de 80 años haciendo equipo con ellos, dándole fuerza con sus cuidados y oraciones. Allí estaba, al lado de las colchonetas, un altar iluminado con la presencia de las vírgenes de Venezuela.
Cuando los principios se llenan de juventud, no hay quien los derrote. Cuando salen a la calle, están proclamando a todos que su extraordinaria fuerza se encuentra en la comunidad de sus valores sublimes. Obligan a los políticos a trabajar en lo social, porque los trascienden. Nadie maneja a los muchachos, nadie puede asumir su vocería. Los muchachos lo han hecho con su propia voz y no le han pedido permiso a nadie porque la voz de la fraternidad no necesita de permiso para accionar al amor como fuerza de cambio. Ese amor a la Patria que llena de rabia a los demonios que solo buscan el poder y mantenerse en él. Los que creen que el mundo se puebla de cobardes que se rendirán ante sus armas.
No hay duda de quienes reconocerían como sus genuinos hijos Bolívar, Sucre, Bello, Miranda y Rodríguez. No hay duda de que Ghandhi y Martin Luther King estarían orgullosos de ser sus amigos y de compartir un trozo de las colchonetas que vistieron con la dignidad de su valor. Porque la llenaron con el auténtico valor del tricolor universal de su Patria.
De allí provino su convicción acerada de mantenerse unidos. De allí provino su indeclinable vocación de servir, su sostenida conducta de dar al prójimo su propio bienestar, en una cátedra de desprendimiento que de repente hace surgir una referencia que ha sorprendido a propios y extraños. Éstos son los jóvenes de la globalización, los profesores de la tecnología, de la cotidianidad, del Facebook, del Twitter, de las redes sociales que van surgiendo por doquier y que va adquiriendo una capacidad de convocatoria presencial y virtual.
Pero detrás de cada conexión hay un gran corazón. Un corazón que es humilde y paciente. Un corazón que se organiza para confrontar la violencia, la agresión, la exclusión. En la diversidad de sus apellidos, se encuentra el corazón de una Patria de inmigrantes. Inmigrantes fueron los arawacos, caribes, españoles, africanos, canarios, italianos, portugueses, árabes, asiáticos. En su profundo mestizaje se encuentra la realidad de nuestro pueblo, un pueblo hijo de todo el mundo, que lucha por los derechos humanos y los reivindica como principios universales.
En su movimiento caben todos. Allí estaban sus madres y sus padres, sus hermanos y hermanas, sus amigos. Allí estaba una señora de 80 años haciendo equipo con ellos, dándole fuerza con sus cuidados y oraciones. Allí estaba, al lado de las colchonetas, un altar iluminado con la presencia de las vírgenes de Venezuela.
Cuando los principios se llenan de juventud, no hay quien los derrote. Cuando salen a la calle, están proclamando a todos que su extraordinaria fuerza se encuentra en la comunidad de sus valores sublimes. Obligan a los políticos a trabajar en lo social, porque los trascienden. Nadie maneja a los muchachos, nadie puede asumir su vocería. Los muchachos lo han hecho con su propia voz y no le han pedido permiso a nadie porque la voz de la fraternidad no necesita de permiso para accionar al amor como fuerza de cambio. Ese amor a la Patria que llena de rabia a los demonios que solo buscan el poder y mantenerse en él. Los que creen que el mundo se puebla de cobardes que se rendirán ante sus armas.
No hay duda de quienes reconocerían como sus genuinos hijos Bolívar, Sucre, Bello, Miranda y Rodríguez. No hay duda de que Ghandhi y Martin Luther King estarían orgullosos de ser sus amigos y de compartir un trozo de las colchonetas que vistieron con la dignidad de su valor. Porque la llenaron con el auténtico valor del tricolor universal de su Patria.
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