VÍCTOR SALMERÓN | EL UNIVERSAL
martes 8 de marzo de 2011 04:44 PM
Convencido de que es capaz de empuñar y mover eficientemente todos los hilos de la economía, ocho años atrás, Hugo Chávez reguló el precio de la mitad de los productos básicos e instauró el control de cambio para frenar la salida de divisas y darle estabilidad al dólar.
El resultado no ha sido el esperado. La inflación acumula un salto de 405% que en los últimos doce trimestres ha mermado la capacidad de compra del salario, mientras que la moneda sufre una feroz devaluación y el precio del dólar en el mercado oficial aumenta 168%, desde 1,6 bolívares hasta 4,30.
Al igual que durante el control de precios aplicado por los gobiernos de Jaime Lusinchi y Rafael Caldera, la producción se desestimuló, la variedad de productos cayó en picada y para evitar escasez el Gobierno, periódicamente, se ha visto forzado a permitir ajustes muy importantes en bienes básicos.
En el terreno cambiario, el Gobierno mantuvo fijo el precio del dólar por cinco años, una decisión que en medio de la elevada inflación sobrevaluó la moneda, una enfermedad donde los productos importados resultan más baratos que los elaborados en el país.
La prolongación de los controles ha creado un desequilibrio profundo donde el Gobierno luce en una maraña que lo obliga a escoger entre opciones negativas.
La última devaluación catapultó el tipo de cambio para las importaciones de bienes básicos, todos bajo control de precios, desde 2,6 bolívares por dólar hasta 4,30 pero aún el Ejecutivo no ha permitido que las empresas sinceren los costos.
Si no permite los aumentos habrá escasez y si se decide a realizar los ajustes la inflación, que ya se encuentra entre las más elevadas del mundo, recibirá un impulso extra.
Para contener el alza de los precios el Gobierno ha anunciado que contempla importar masivamente para abastecer al mercado y fijar precios más bajos a través de subsidios.
Este es el segundo dilema. A pesar de la última devaluación el bolívar continúa sobrevaluado, por tanto, la importación masiva frenará la producción nacional y la creación de empleo.
Finalmente, el alza del petróleo abre la posibilidad de inyectar gasto para recuperar el consumo que tiene dos años de descenso. El problema, es que hundir el acelerador de la demanda mientras se mantiene pisado el freno de la oferta, tendría como consecuencia más inflación.
El resultado no ha sido el esperado. La inflación acumula un salto de 405% que en los últimos doce trimestres ha mermado la capacidad de compra del salario, mientras que la moneda sufre una feroz devaluación y el precio del dólar en el mercado oficial aumenta 168%, desde 1,6 bolívares hasta 4,30.
Al igual que durante el control de precios aplicado por los gobiernos de Jaime Lusinchi y Rafael Caldera, la producción se desestimuló, la variedad de productos cayó en picada y para evitar escasez el Gobierno, periódicamente, se ha visto forzado a permitir ajustes muy importantes en bienes básicos.
En el terreno cambiario, el Gobierno mantuvo fijo el precio del dólar por cinco años, una decisión que en medio de la elevada inflación sobrevaluó la moneda, una enfermedad donde los productos importados resultan más baratos que los elaborados en el país.
La prolongación de los controles ha creado un desequilibrio profundo donde el Gobierno luce en una maraña que lo obliga a escoger entre opciones negativas.
La última devaluación catapultó el tipo de cambio para las importaciones de bienes básicos, todos bajo control de precios, desde 2,6 bolívares por dólar hasta 4,30 pero aún el Ejecutivo no ha permitido que las empresas sinceren los costos.
Si no permite los aumentos habrá escasez y si se decide a realizar los ajustes la inflación, que ya se encuentra entre las más elevadas del mundo, recibirá un impulso extra.
Para contener el alza de los precios el Gobierno ha anunciado que contempla importar masivamente para abastecer al mercado y fijar precios más bajos a través de subsidios.
Este es el segundo dilema. A pesar de la última devaluación el bolívar continúa sobrevaluado, por tanto, la importación masiva frenará la producción nacional y la creación de empleo.
Finalmente, el alza del petróleo abre la posibilidad de inyectar gasto para recuperar el consumo que tiene dos años de descenso. El problema, es que hundir el acelerador de la demanda mientras se mantiene pisado el freno de la oferta, tendría como consecuencia más inflación.
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