Monday, March 7, 2011

Lo esencial del despotismo

En: http://opinion.eluniversal.com/2011/03/07/lo-esencial-del-despotismo.shtml

No hay despotismo bueno. Todos al final terminan ensartados en la corrupción y la crueldad
VÍCTOR MALDONADO C. |  EL UNIVERSAL
lunes 7 de marzo de 2011  12:00 AM
Tal y como lo hemos podido apreciar en los recientes sucesos ocurridos en el Magreb, lo único que parecía innegociable era lo mismo que buscaban afanosamente los que manifestaban en la calle. Nadie estaba discutiendo la pertinencia de las ideologías, tampoco cuán útil podía haber sido el contenido de los libros rojos o verdes o de cualquier otro color. Mucho menos si lo prometido y planificado había sido cumplido a cabalidad. Nada de eso. Lo que el déspota trataba de defender a toda costa era lo único que le querían arrebatar. Nos referimos a esa ansia inextinguible por permanecer en el poder, gobernar más allá de la vida misma, perpetuarse a través de los hijos y nietos, no dejar de ser en ningún momento la razón colectiva y la mixtura de lo que estaba hecho todo.

Al final, todo el despotismo se reduce al déspota. Se limita a la pretensión de ser imprescindible y por lo tanto más importante que el andamiaje institucional que lo sustenta. Esa es la razón por la que los regímenes autoritarios son demoledores hasta el punto de presentarse al resto de la sociedad como una amenaza que en cualquier momento se vuelca sobre los ciudadanos. Por eso la jerga militar y guerrerista, y la insaciable demostración de uniformes, grados, armas y ejércitos. De allí que para cualquiera de ellos el acto más sublime sea un desfile en el que pueda exhibirse todo el poderío supuestamente intimidante, dirigido a anular cualquier mal pensamiento, cualquier foco de disidencia que pueda llegar a pensar en el cambio como una posibilidad.

La palabra cambio no es del gusto de los déspotas. Prefieren revolución porque con esta es mucho más fácil encubrir la verdadera intención de permanecer por siempre al frente. Otros términos como líder, comandante, gran timonel, iluminado o cualquier vocablo similar, dejan colar que lo que todos están intentando es la construcción de una religión fundamentalista, con un dios devenido en profeta y rey, que, casualmente, son ellos mismos.

Como pilares de las nuevas religiones no pueden dejar pasar la oportunidad que les proporciona el culto a la personalidad. Ellos son su propia propaganda. Se presentan como los mejores padres, los más excelsos hijos, los agricultores más productivos y los obreros más empeñados. Toda la realidad comienza a ser colonizada por una imagen que por ser repetitiva a veces puede resultar desbordadamente repulsiva. Además, comienza a ocurrir una degradación que puede resultar fatal para aquellos que la sufren: confundir la realidad con las mentiras y los elogios. Se convencen de su invencibilidad y de la profunda sabiduría que dicen tener en todos los órdenes. Padecen de una anemia de ignorancia que los torna en seres inapelables que creen que la realidad está a su disposición. Por eso, parte de la realidad que les disgusta, simplemente la cambian o la ocultan. Aquí precisamente comienza el desbarrancadero institucional y del Estado de Derecho. Allí, en la osadía de todos aquellos que cometen la herejía imperdonable de la contradicción, comienza la historia de persecución, presos políticos, exilio, expoliaciones, y quiebra de las empresas públicas. Y es que no hay nada más corruptor que el consumo indiscriminado del poder.

Nada es más apasionante que intentar comprender. Un déspota está condenado a la gula y a la concupiscencia. Debe ser alucinante esa sensación de estar más allá de cualquier límite posible. Que para él y su entorno no hay otra restricción que la lealtad a sí mismo. Que nada es imposible. Un barco o una docena de aviones, da lo mismo. Tampoco es una quimera ir apartando a todos y cada uno de los adversarios, enterrándolos en una cárcel que no tiene retorno, o inhabilitándolos para la competencia política. Cualquier circunstancia les parece controlable, y por eso pierden de vista que todo ese poder que exhiben es solamente una probabilidad conferida por una comunidad. Y que cuando esa colectividad llega a sentir el hartazgo y el asco de una situación que quiere parecer forzadamente inmutable, toda esa pretensión de dominio se desploma, aplastando a los dioses de barro que hasta ese momento fueron sus ductores.

Lo esencial del despotismo es esa dualidad que ocurre entre el tirano y el pueblo que se lo aguanta hasta que dice ¡basta! No hay despotismo bueno. Todos al final terminan ensartados en la corrupción y la crueldad que al final los derriba y los borra de la historia.

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