En: http://www.lapatilla.com/site/2014/10/12/gonzalo-himiob-santome-algo-esta-podrido-en-venezuela/
Gonzalo Himiob Santomé
Los dos párrafos que siguen los escribí para mi entrega dominical del
9 de marzo de este año, en mi artículo titulado “El grifo que no
cierra”. Cito textualmente:
“Aunque ahora Maduro y sus seguidores crean lo contrario, y aunque
puedan servir coyunturalmente a sus propósitos represores a corto plazo,
los “colectivos” son absolutamente incontrolables. No existe un solo
caso en la historia en el que el al final del camino estos grupos
civiles armados no terminen volviéndose, cual el monstruo creado por
Mary Shelley, contra sus creadores, sea directamente o a través de las
consecuencias legales que a la larga suponen para quienes los promueven y
aúpan.
Tampoco los miembros de estos grupos deberían sentirse tan “guapos y
apoyados” como se les quiere hacer creer. Juegan un partida muy
peligrosa: No sólo se están ganando a pulso el rechazo y el odio
generalizados, sino además pierden de vista, en la euforia de su
violencia que, aunque no se los digan, para Maduro y los demás de su
séquito no son todos ellos más que fichas menores, absolutamente
prescindibles, en un juego en el que ninguno de los que les mandan
dudará un segundo en ofrecerlos al cadalso si es su cuello el que se
pone en riesgo”.
En la caravana funeraria que acompañó al cementerio en Caracas a los
recientemente fallecidos José Odremán y Maikol Antonio Contreras, ambos
líderes del colectivo “5 de Marzo”, uno de los mensajes que se coreaban
era este: “Nos están usando como vasos desechables, cuando nos necesitan
sí nos llaman”. También murieron abaleados el mismo día, Jesús
Rodríguez y José Ángel Tovar, que integraban también dicho colectivo, y
Carmelo Chávez, que lideraba otro colectivo, el llamado “Escudo de la
Revolución”. Antes de todo esto, un hombre clave en la articulación y
manejo de los colectivos, Robert Serra, también fue asesinado de manera
brutal, junto a su asistente, en su casa en La Pastora.
A todo esto tenemos que sumarle la larga lista de escoltas de altos
funcionarios oficialistas que en los últimos meses, también han sido
asesinados y las decenas de muertes muy sospechosas, aún no
esclarecidas, de personas que han aparecido muy maltratadas, e incluso a
veces descuartizadas y hasta decapitadas, en diferentes partes del
país.
No son estos asesinatos “normales”, permítaseme la licencia en el uso
del mote, en todos los casos se han visto excesos que no son propios de
la delincuencia común. No han caído estas personas bajo el balazo
artero o la puñalada vil, lamentablemente tan comunes ya, del choro
regular que buscaba quitarles, por ejemplo, su carro o su dinero.
Cualquiera que haya estudiado los modos criminales, especialmente los
del crimen organizado, se da cuenta de que, más allá de la desaparición
física de las víctimas, a las que por las razones que sea ya no se las
ve como aliadas sino como enemigas o como obstáculos, en todos estos
casos los asesinos buscan dejar una huella, una advertencia, dirigida no
al pueblo en general, sino a quienes son parte de sus mismas
estructuras. No es solo matar lo que se busca, se mata con derroche, con
saña inusual, de manera que los que quedan en la gavilla tengan claro
que, usando el argot criminal, no deben jamás “comerse la luz”. Se mata a
veces incluso bajo el disfraz de autoridad, para dejar claro que la
justicia y la verdad serán también víctimas del lance. No basta
asesinar, hay que hacer del asesinato un morboso espectáculo. Para que
la “lección” quede clara, en esta lógica perversa, no bastan un balazo o
una puñalada, debe haber despilfarro, abundancia de crueldad, alevosía,
excesos. La muerte en estos términos no es un simple crimen, es un
ejemplo que se quiere dar a los cercanos. Es un mensaje, una amenaza.
Dios quiera que me equivoque y que mis frases de hace unos meses
sobre el carácter absolutamente prescindible, para el poder, de los
integrantes de sus grupos de choque civiles, sean erradas. El tiempo y
la historia, sin embargo, parecen confirmar la funesta hipótesis, no
desde mi pluma, por cierto, sino desde las voces de los hoy dolientes de
esta otra violencia, tan encarnizada como la que han sufrido los
opositores desde hace tanto tiempo. Hoy, los mismos que no han dudado en
servir a los más oscuros intereses, por propia conveniencia o por
manipulado idealismo, se sienten, mejor sería decir que se reconocen por
fin, como “vasos desechables” en manos de unos cuantos, los menos, que
se valen de ellos solo para mantenerse donde están y para seguir
disfrutando de mieles y loas que, el día a día lo demuestra, no merecen.
Ya no hay legado que proteger, y si alguna vez existió, ha sido
dilapidado. Al parecer, abrir los ojos a esta realidad, y hacer sentir a
quienes más les dolería perder sus cuotas cualquier descontento, puede
ser mortal.
“Cuando las guarimbas éramos colectivos, ahora nos llaman
delincuentes”. Así sentencia desde su dolor la madre de Odremán,
Migdelia Bernal. No habla de la oposición, que siempre ha visto a los
colectivos, y a los antes llamados “Círculos Bolivarianos” con mucho
recelo y con franca animadversión, con justas razones, pues ha sufrido
en carne propia lo que implica su uso, desde el poder, contra la
disidencia. Ella acusa a los que nos gobiernan, a la autoridad. El
hermano de Odremán, Richard Sánchez, confronta directamente a Maduro y
le exige que deje de “simular enfrentamientos”, y uno recuerda que
durante lo que algunos aún llaman “la Cuarta República” eso de “simular
enfrentamientos” para matar a quien le resultara incómodo al poder, era
pan de cada día. Al parecer nadamos mucho, pero morimos y nos están
matando, en la misma orilla.
Odremán, sus razones tendría, minutos antes de su muerte había puesto
en hombros del Ministro de Interior y Justicia la responsabilidad de
“cualquier cosa que pudiera pasarle”. Lo dijo él, no un furibundo
opositor. Luego de ello recibió, si damos crédito a lo que ha dicho la
prensa, más de 30 impactos de bala ¿Cronos devorando a sus hijos? Si
Cronos quería reinar sobre el universo en paz, no debía dejar
descendencia, pues se le había advertido que sería derrocado por uno de
sus hijos. Por ello devoraba uno a uno a sus vástagos una vez nacidos,
lo que no impidió que al final uno de ellos sobreviviera, Zeus, para
liberar a sus hermanos y tomar el poder ¿Mito que retrata lo que estamos
viviendo? Solo el tiempo lo dirá.
La madre de Odremán, sin medias tintas, públicamente declara que la
revolución lo mandó a matar. “Ellos ordenaron esta masacre”, nos dice.
Si esto es así, para mal de todos, sin sesgos ni diferencias, algo huele
muy mal, hiede, en todo esto. Parafraseando a Shakespeare, “algo está
podrido en Venezuela” y Migdelia Bernal nos ataja desde su tristeza y
nos responde, sin miedo, que su hijo defendía a la revolución pero que
“esta revolución se pudrió”.
Es que la verdad, aunque tarde en mostrarse a quienes han preferido permanecer ciegos a ella, es muy terca. Siempre prevalece.
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