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George Chaya
Lo que la cumbre para implementar el CELAC deja ver es que en la última década, la clase dirigente de América Latina esta plagada de políticos corrientes que flotan al vaivén de la opinión pública y trazan sus políticas según resultados de encuestas de opinión que generalmente compran y pagan
La Comunidad de Estados Latinoamericanos y caribeños (CELAC) se reunió en Caracas para dejar constituido un bloque continental cuyos objetivos aun no quedan del todo claros, a pesar que se habla de compartir proyectos de energía, comercio, industria, ciencia y tecnología, viviendas alimentos y desarrollo social, y aunque parezca descabellado, los gobiernos de América Latina también pretenden colaborar con la crisis económica mundial.
Lo cierto es que en este organismo que se pretende formar como vástago del ALBA ningún mandatario se refirió a su falta de respuesta ante las amenazas externas ni al manifiesto desinterés por los problemas internos. Mucho menos se hablo de los síntomas de deficiencia que caracterizan la mayoría de las administraciones democráticas latinoamericanas donde sus gobernantes evitan adoptar medidas que puedan resultar impopulares (es decir, aquellas con las que puedan perder votos) aun cuando éstas sean vitales para sus países y para la seguridad de sus ciudadanos.
Patéticamente ha quedado manifestadas en Caracas las alianzas de algunos presidentes del Cono Sur, así como su público apoyo a regimenes represivos y radicalizados del Oriente Medio, lo que constituye en el presente un claro ejemplo que las cosas han ido mal por allí, y también que pueden ponerse mucho peor al involucrase en conflictos que muchos gobiernos latinoamericanos han demostrado reiteradamente desconocer, basta con seguir de cerca lo actuado en lo últimos meses por cancillerías como la argentina y la uruguaya, por no mencionar la maquinaria de propaganda radical que encarna el Palacio de Miraflores.
Lo que la cumbre para implementar el CELAC deja ver es que en la última década, la clase dirigente de América Latina esta plagada de políticos corrientes que flotan al vaivén de la opinión pública y trazan sus políticas según resultados de encuestas de opinión que generalmente compran y pagan. En contraposición con esta actitud, los verdaderos estadistas se preocupan por la aplicación de políticas que estiman necesarias, aunque resulten impopulares, el caso de Colombia y Chile son ejemplos de ello. Pero actualmente existen demasiados políticos mediocres en aquella región, los ejemplos mas claros se aprecian en Venezuela, Nicaragua, Ecuador, Bolivia y Argentina donde el producto supremo y corruptor por excelencia de lo que allí se denomina “sistema democrático” ha favorecido la llegada de no pocos demagogos. Los venezolanos, por cierto, han tenido por la última década más experiencia que la que cualquiera hubiera deseado tener en cuanto al significado de la palabra “demagogo”.
El demagogo de Barinas llego al poder hace 12 años sobornando al electorado prometiendo riqueza fácil para todos a través de la confiscación de la riqueza privada. Dijo que acabaría con el desempleo pero expandió la burocracia así como la maquina impresora de moneda para acabar militarizando a la sociedad civil y politizando a las fuerzas armadas.
Es así que el chavismo nutre su fuerza en la envidia y desencadeno un ponzoñoso odio de clases subrayando las diferencias en riqueza y educación, algo que es inevitable en toda sociedad móvil, es decir, en toda sociedad donde existe lo que suele denominarse movilidad social. Hugo Chávez, el ideólogo del CELAC, gobierna su país ofreciendo mitos y nunca verdades políticas e intenta escapar a la responsabilidad del desastre económico que su programa esta causando atacando generalmente a chivos expiatorios. El demagogo invita a los venezolanos no a preguntarse lo que ellos pueden hacer por el país, sino lo que el país puede hacer por ellos. Compra votos prometiendo que el Estado proveerá a todos con un nivel de vida al que cada cual se sienta con derecho al margen de todo esfuerzo. Y lo mas grave, ha tenido algunos éxitos electorales en el ultimo decenio con lo que pudo establecer, un modelo de dictadura desde donde ha perseguido tenazmente a periodistas, miembros del Poder Judicial y a cualquiera que intento ejercer su derecho de estar en desacuerdo con su gobierno. El demagogo venezolano es el ejemplo mejor acabado y el producto mas genuino y supremo de una sociedad en que un electorado inestable y manipulado puede, por medio de una votación, subvertir por completo las instituciones y convenciones que pueden haber durado siglos enteros, como en el caso de Venezuela, una de las democracias mas antiguas del continente latinoamericano. Chávez es, a la vez, el producto del sistema democrático y su corruptor.
En su tiempo, Ortega y Gasset hizo una brillante advertencia sobre la democracia de masas fundamentando que ella puede terminar produciendo “el hombre masa” (un animal-parasito, según Ortega) lleno de miedo y desprecio hacia todo lo que sea excepcional. Dicho en otras palabras pareciera que los parasitarios sociales triunfan por mera aritmética sobre los que “si exigen mucho” y pueden incluso castigarlos por sus esfuerzos con la correspondiente perdida de respeto por sus habilidades y especialidades profesionales como por cualquier forma de excelencia.
El CELAC puede tener el mismo destino que el MERCOSUR o el ALBA, es decir, serán meros sellos de goma en cuanto organismos continentales pretendidamente eficientes, a los que la historia pondrá en el sitio de la ineptitud y la burocracia mas absurda, pero los gritos y chillidos que estimulan los demagogos como Chávez y el resto de sus colegas latinoamericanos haciendo creer a su gobernados que “todo es nuestro y somos los dueños ahora”, solo ofrecerán como resultado la exaltación de la vulgaridad y el derrumbe social y económico. En el corto plazo se apreciará que es en esa inexorable dirección en la marcha América Latina por su clase política actual, si alguna duda existía, la Cumbre de Caracas ha venido poner claro sobre negro.
George Chaya es periodista, docente y analista político. Es analista en Terrorismo Internacional para la Fundación Safe Democracy de Madrid. Es asesor de varios gobiernos latinoamericanos sobre cuestiones relacionadas a Oriente Medio
Publicado originalmente en el Diario de América
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