SANTIAGO QUINTERO | EL UNIVERSAL
lunes 14 de febrero de 2011 04:12 PM
La voz que clama en el desierto tarda pero llega. La palabra se deja escribir en las calles atestadas de voces a las cuales les llegó la hora de reunirse para redimirse. Cuando el derecho a existir se torna acción de vida, las cadenas que retienen a la libertad se rompen por miles, en una reacción en cadena que fluye para convertir los ríos de las vidas humanas en mares de decisión que lanzan los yugos.
Cuando la libertad florece, la sociedad vuelve a llenar sus pulmones de energía revitalizante y la plaza pública se llena de rosas y claveles celebrando el punto de encuentro de millones de vidas en un momento de su historia.
El mensaje del pueblo es claro. Para que el pueblo viva, la tiranía tiene que dejar de existir. Porque la vida debe imponerse a la muerte. Porque la gloria del ego que quiere subyugar al humilde termina como la estatua caída del esbirro que se autoproclama emperador de su pueblo. Cuando el ídolo se rompe, nace en esencia la humanidad encadenada por la privación de su bienestar. En el fondo, el silencio impuesto por las autocracias es el secuestro de la alegría del pueblo que quiere cultivar su libertad, para que florezca en derechos, para que reverdezca la fraternidad de la vida, para iluminar con la luz de la felicidad a los rostros oscurecidos por la tristeza que imponen el poder único insaciable y la ambición infinita de quien desea el poder a perpetuidad, secuestrando las oportunidades de las jóvenes generaciones, esclavizándolas en un culto personal que nada tiene que ver con la evolución de la civilización, sino antes bien con su exterminio.
El poder de las voces del pueblo reunidas, revela su indignación por la prisión colectiva a la que han estado sometidas, expandiendo el mensaje de la libertad que como la energía, se puede represar pero nunca destruir. Porque la libertad nació con nosotros, cuando vinimos al mundo a vivir y hacer que viva.
Tiranos del mundo, escuchen, Egipto está muy cerca. Cuando una conciencia está privada de su libertad, sus ideas se escriben en los muros que la contienen y transforman el sacrificio de la verdad encadenada en la voz que grita para liberar las voces de su pueblo y reunirlas en una plaza, exigiendo que la fuente del derecho, la vida secuestrada, sea liberada para que retome su tiempo y su lugar.
Se equivocan los tiranos al creer que el hombre y la sociedad pueden vivir sin libertad. Cuando un líder vive de la expropiación de la vida de otros, no tardará en acercar Egipto a su destino. Se cansaron los egipcios de tener faraones, gobernantes vitalicios que secuestran las oportunidades a los jóvenes para esclavizarles el futuro y les imponen a las mujeres el velo eterno de la sumisión.
La tiranía es cobarde e iletrada. No ha entendido la lección de Gandhi, de Martin Luther King, de Mandela. Cuando el cuerpo de un hombre justo es encadenado por la tiranía, su conciencia se trasforma en la voz de todo un pueblo que reclama a través de ella sus derechos.
Egipto está muy cerca. Vienen en hombros de su pueblo, los presos de conciencia y los ríos humanos se encuentran con sus voluntades para retornar la alegría de su destino en una plaza pública liberada por su reunión. No han apagado las voces con su prisión. Las han hecho más potentes para vencer al silencio que impone la gendarmería primitiva en su ambición de poder.
Cuando la libertad florece, la sociedad vuelve a llenar sus pulmones de energía revitalizante y la plaza pública se llena de rosas y claveles celebrando el punto de encuentro de millones de vidas en un momento de su historia.
El mensaje del pueblo es claro. Para que el pueblo viva, la tiranía tiene que dejar de existir. Porque la vida debe imponerse a la muerte. Porque la gloria del ego que quiere subyugar al humilde termina como la estatua caída del esbirro que se autoproclama emperador de su pueblo. Cuando el ídolo se rompe, nace en esencia la humanidad encadenada por la privación de su bienestar. En el fondo, el silencio impuesto por las autocracias es el secuestro de la alegría del pueblo que quiere cultivar su libertad, para que florezca en derechos, para que reverdezca la fraternidad de la vida, para iluminar con la luz de la felicidad a los rostros oscurecidos por la tristeza que imponen el poder único insaciable y la ambición infinita de quien desea el poder a perpetuidad, secuestrando las oportunidades de las jóvenes generaciones, esclavizándolas en un culto personal que nada tiene que ver con la evolución de la civilización, sino antes bien con su exterminio.
El poder de las voces del pueblo reunidas, revela su indignación por la prisión colectiva a la que han estado sometidas, expandiendo el mensaje de la libertad que como la energía, se puede represar pero nunca destruir. Porque la libertad nació con nosotros, cuando vinimos al mundo a vivir y hacer que viva.
Tiranos del mundo, escuchen, Egipto está muy cerca. Cuando una conciencia está privada de su libertad, sus ideas se escriben en los muros que la contienen y transforman el sacrificio de la verdad encadenada en la voz que grita para liberar las voces de su pueblo y reunirlas en una plaza, exigiendo que la fuente del derecho, la vida secuestrada, sea liberada para que retome su tiempo y su lugar.
Se equivocan los tiranos al creer que el hombre y la sociedad pueden vivir sin libertad. Cuando un líder vive de la expropiación de la vida de otros, no tardará en acercar Egipto a su destino. Se cansaron los egipcios de tener faraones, gobernantes vitalicios que secuestran las oportunidades a los jóvenes para esclavizarles el futuro y les imponen a las mujeres el velo eterno de la sumisión.
La tiranía es cobarde e iletrada. No ha entendido la lección de Gandhi, de Martin Luther King, de Mandela. Cuando el cuerpo de un hombre justo es encadenado por la tiranía, su conciencia se trasforma en la voz de todo un pueblo que reclama a través de ella sus derechos.
Egipto está muy cerca. Vienen en hombros de su pueblo, los presos de conciencia y los ríos humanos se encuentran con sus voluntades para retornar la alegría de su destino en una plaza pública liberada por su reunión. No han apagado las voces con su prisión. Las han hecho más potentes para vencer al silencio que impone la gendarmería primitiva en su ambición de poder.
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